jueves, 13 de mayo de 2010

Biodiversidad Parte II: La especial supremacía de la especie humana bien podría cimentar las bases de su propia extinción


2010 FUE DECLARADO POR LA ORGANIZACIÓN DE NACIONES UNIDAS (ONU) COMO EL AÑO INTERNACIONAL DE LA BIODIVERSIDAD: PRESTEMOS LA ATENCIÓN DEBIDA A ESTA CONVOCATORIA, PARA INCENTIVAR NUESTRA PROPIA REFLEXIÓN CREATIVA, Y PARA PROMOVER FRUCTÍFEROS DEBATES A TRAVÉS DE LOS MEDIOS MASIVOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL Y A TRAVÉS DEL SISTEMA EDUCATIVO FORMAL Y NO FORMAL

Millones de años pasaron luego del surgimiento del maravilloso experimento de la vida, y continuaron apareciendo nuevas formas.

Surgieron tipos especiales de organización, que pronto se esfumaron, se perdieron, se eliminaron, desaparecieron, pues fueron incapaces de soportar las condiciones físicas y climatológicas que caracterizaron las sucesivas edades.

Fortaleza y magnitud, fueron los rasgos que se destacaron en las nuevas formas orgánicas que se imponían.


Animales parecidos a los cangrejos, pertenecientes al grupo de los crustáceos, pero de tamaño colosal, se arrastraron sobre el fango y los limos, que más tarde pasaron a ser durísimas rocas.

Enormes animales, del grupo de los pulpos y calamares, poblaban entonces los mares en compañía de toda una legión de moluscos y de otros diversos grupos.


Es éste el momento en que aparecen los anfibios, animales que se originaron en las aguas, las cuales tienden a abandonar, progresivamente frecuentando cada vez más la tierra firme que está cercana.

Recurrentemente vuelven sin embargo al agua, a poner sus huevos sin cáscara, y también a refrescarse, pues necesitan siempre conservar la humedad de su piel.

Este grupo, con sus características y su peculiar género de vida, fue el camino elegido por la naturaleza para dar origen al grupo de los reptiles.

En aquel período, la lucha por el dominio del globo llega a ser un hecho de intensa realidad. Claro, no de un modo consciente y con un proyecto-guía previo, pero sí de un modo brutal; los reptiles aspiraban, dado su extraordinario poder, a la supremacía absoluta, la que llegaron transitoriamente a alcanzar.

El mundo viviente estaba a merced de ellos, y entonces este planeta tenía como amos y señores, a gigantescos lagartos y a otros monstruosos e imponentes reptiles.

El mar estaba poblado por enormes "reptiles-peces", los ictiosaurios de los naturalistas, cuyos miembros estaban transformados en paletas que impulsaban el cuerpo de estos seres, bastante semejantes en su aspecto a nuestros delfines y ballenas.


Tenían estos reptiles marinos la particularidad de ser "vivíparos", es decir, que parían a sus crías en lugar de poner huevos.


Compartiendo con ellos los mares y ubicados en lugares poco profundos, se encontraban gigantescos anfibios, con sus extremidades conformadas para poder caminar por tierra firme.


Algunas formas de reptiles hicieron de los continentes y de las islas su mansión permanente, alimentándose de la vegetación lujuriante que entonces existía.

Otros eran carnívoros y se alimentaban de sus congéneres inofensivos, que buscaban su sustento en aquellos remotos vegetales de la flora primitiva.

Los dinosaurios, los "terribles lagartos", fueron sin duda los amos de los continentes en aquellos lejanos días. Entre ellos estaba el Atlantosaurio, de 30 metros de longitud y 10 metros de altura, con un peso estimado de 80 toneladas. Y también estaba el Brontosaurio, hoy conocido con el nuevo nombre de Apatosaurio, estimado de unos 20 metros de largo y con un peso de más de 30 toneladas.


Por otro lado surgió también el Ceratosaurio, mucho más pequeño, pero de cerebro mucho más desarrollado, y tal vez, esos especímenes precisamente eran entonces los que desplegaban mayor actividad.

Además también puede citarse al Iguanodón, enorme animal herbívoro de unas 5 toneladas de peso y más de 10 metros de largo, que acostumbraba erguirse sobre sus patas posteriores y su cola, siendo por esta actitud, un "precursor" de los mamíferos del Cuaternario, como por ejemplo el Megaterio de la Patagonia (ver esqueleto abajo).


Algunos de estos terroríficos "monstruos" se enseñorearon de la superficie planetaria, sin que nadie entonces les disputase su imperio. El dominio de los reptiles indudablemente fue completo en esas épocas.

Sin embargo, no ha quedado ni una sombra del poderío de estos extraordinarios animales. Esas diversas y colosales formas vivientes se perdieron, se esfumaron.


Su desarrollo se desenvolvió a lo largo de una línea de evolución exclusivamente física. Como los movimientos que dieron origen a las montañas, ellos adquirieron unas fuerzas poderosas y una ciega ferocidad, que hacía que estos seres desplegasen su actividad dentro de un penoso círculo vicioso.

Las dimensiones de los seres vivos tienen su límite. Así, el elefante no podría adquirir mayor tamaño que los más grandes ejemplares conocidos, a no ser que tuviera un número mayor de extremidades.


Los dinosaurios erraron su camino al evolucionar para producir formas gigantes. La llamada "evolución de talla" por los naturalistas, sin duda fue su ruina, pues tenían menos posibilidades de adaptación a los cambios de ambiente, y además, en determinados aspectos eran más vulnerables.

La acertada línea de evolución que estos seres hubieran podido seguir, les habría conducido a la adquisición de infinitas virtudes y posibilidades, que seguramente, le habrían dado el dominio definitivo y prolongado del planeta.


Las extremidades anteriores, habían llegado a ser en el Iguanodón y otras formas afines, virtualmente "manos" equiparables a las humanas, y esta circunstancia hubiera casi seguramente determinado, en el desarrollo y diversificación y perfeccionamiento de las especies, una condición de enorme superioridad. La necesidad de manipular objetos y alimentos, por así desearlo, hubiese sido favorable a una muy correcta evolución de las extremidades superiores, de haber existido un poder cerebral suficiente para reglamentar y ordenar su uso.

Pero la oportunidad para esos seres pasó. Los dinosaurios tuvieron su momento, pero lo dejaron pasar. Su dominio entonces, dada su bestialidad, hubiese sido análogo al de un gigante embrutecido que gobernase a su pueblo.

Estos seres rudos, fuertes, ignorantes del miedo (valientes), fueron incapaces de desarrollar otras formas de perfección, y la naturaleza ciega y sabia como es, se dirigía ya a perfeccionar otro grupo, el de los mamíferos.


Por el momento dejamos aquí nuestras elucubraciones y nuestras observaciones, procurando no fatigar al estimado lector; continuaremos desarrollando esta apasionante temática en artículos posteriores.


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